Árboles. Por Eduardo Macchiavelli
Jacarandás, notables e históricos.
Hoy quiero hablar de árboles. De las calles teñidas de hojas, que renacerán en primavera. De los jacarandás que estaremos plantando, del color de su flor. De los 11 mil ejemplares que hay en la Ciudad, según el último Censo de Arbolado Público, y hasta de un mapa interactivo que permite ubicarlos en cada Comuna. Del plan maestro de Arbolado. De algunas canciones y poemas que los nombran. Y de cuanto árbol notable e histórico perdura invisible a los ojos de muchos, hasta que uno los mira.
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“¡Jacarandá! ¡Hay azul en el cielo! ¡Hay azul en el árbol! ¡Hay azul en el suelo! ¡Azul en la vereda!” De esta manera la escritora Nilda Mileo retrató a su modo las características del Jacarandá. Es que en Buenos Aires estaremos plantando el doble de los jacarandás que tenemos en los próximos dos años, siguiendo al Plan de Arbolado. Son sus típicas hojas azul-celeste, como las cantó María Elena y las vio antes Palito, en vez de lilas, las que vuelven las calles, avenidas y plazas en un verdadero espectáculo visual, en primavera.
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En principio en la Ciudad había tan sólo unos 40 árboles (los jacarandás llegaron más tarde). Prosperaban en las barrancas y lomadas los asociados al Espinal (bosques de tala) y en las riberas fluviales los vinculados al Delta (sauzal, seibal, selva ribereña). Y ocupaban una pequeña superficie del territorio. Por lo que en el proceso de introducción de la naturaleza en la ciudad, el Arbolado Lineal tuvo una aparición relativamente tardía. En la ciudad de Buenos Aires, la información sobre el arbolado es fragmentaria a lo largo de su historia.
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Pero se sabe que hacia 1757 se propagaron las hileras de sauces y ombúes, aunque hubo que esperar el ensanche de Avenida de Mayo y la apertura de vías más anchas como las de Belgrano, Callao, Entre Ríos, Rivadavia, Córdoba y Quintana, para que la cantidad de árboles creciera a 185 (muchos de ellos paraísos) en 1863 y a 6.000 en 1888.
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Pero, sin duda, el gran impulsor del arbolado lineal fue Carlos Thays durante su actuación como Director de Parques y Paseos de la ciudad (1891/1913), período durante el cual no sólo se plantaron 150.000 árboles, sino que también se adaptaron a las condiciones de Buenos Aires varias especies de árboles autóctonos del norte argentino como el jacarandá (ahora sí), la tipa, el lapacho y el palo borracho. Tres décadas después, cuando su hijo estuvo al frente de la Dirección General de Arbolado, el índice de arbolado alcanzó los 450.000.
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Actualmente como les decía, contamos con 11 mil ejemplares en la Ciudad (y seguiremos plantando nuevos y recuperando los viejos como hicimos en la Avenida Cabildo), muchos de ellos notables e históricos: 4 históricos como el Aguaribay del Perito Moreno en los jardines del actual Instituto Bernasconi; 8 retoños también históricos, como el Pino de San Lorenzo, ubicado en las Barrancas de Belgrano; el Aromo del Perdón de Plaza Sicilia; el Algarrobo de la Plaza Pueyrredón; y la Higuera de Sarmiento del Jardín Botánico; y 450 notables, como la Palmera de Avellaneda de la Plazoleta San Martín de Tours, el Olivo del Papa Francisco de la Plaza de Mayo, la Esterculia de Plaza Lavalle, y el Gomero de la Recoleta en la Plaza Juan XXIII, que muestra la foto.
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Los árboles nos ayudan a mitigar el cambio climático, actúan como pantalla reduciendo ruidos, son un acondicionador natural de aire, moderan las altas temperaturas, disminuyen la polución, preservan la memoria histórica de la Ciudad, funcionan como sumideros de carbono y nos ayudan a vivir, como una poesía que me identifica: “Hablan con el cielo, con las flores, las ramas, el árbol… Leve, como una nube de sombra y silencio. Leve, como el perfume, como un molino, (como una calesita); como las hojas sacuden al viento”.
Eduardo Macchiavelli Ministro de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad de Buenos Aires