Los palos borrachos. Por Eduardo Macchiavelli
La historia de un árbol que florece en febrero.
Speciosa….. hermoso en latín. Ceiba speciosa, uno de los árboles más bellos de nuestra flora nativa. Sus troncos gordos y cubiertos de espinas, sus hojas primaverales repletas de tintes bronceados, sus flores grandes y rosadas que aparecen en verano y atraviesan casi todo el otoño y sus frutos rellenos de algodón blanco (paina) le dan interés a lo largo del año. Y todo.
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En la Avenida 9 de Julio, en el Jardín Botánico y en la mayoría de las plazas y parques de la Ciudad, los palos borrachos son amigos panzones que llenan de verde y flores el paisaje urbano. Originarios del norte húmedo de la Argentina y del sur del Brasil y el Paraguay, los palos borrachos siempre atraen la mirada de los turistas, que se sonríen cuando conocen el nombre común que les damos los porteños. Se popularizaron en la ciudad de Buenos Aires gracias a la plantación de la 9 de Julio que se hizo allá por 1963.
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Algunos vecinos hasta se animaron a plantarlos en sus veredas (como ocurrió en Paraguay y Anchorena), por la belleza de sus flores y la rapidez de su crecimiento, sin tener en cuenta lo agresivas que son sus raíces, capaces de romper pavimento, baldosas y cañerías en busca de humedad. Solamente adecuados para avenidas y espacios verdes, por su volumen adulto, lucen de maravillas al promediar la floración, entre febrero y marzo.
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Hay muchas leyendas sobre los palos borrachos. Una de la más bonita cuenta que en la panza del árbol vivía el dios de los peces, cuidando las provisiones de toda la aldea aborigen. Les proveía agua, peces y semillas, tal es así que no debían trabajar para obtenerlos, porque siempre tenían reservas en la madera del árbol. Hasta que un indiecito insaciable no pudo con la tentación y disparó una flecha contra la madera blanda, que se abrió como en flor en un profundo tajo. Por allí salieron una tras otra las semillas, los peces y el agua, que viajó a los bajos y formó los ríos y los humedales también. Y así los nativos tuvieron que aprender a pescar para poder comerlos.
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Y dejando atrás la leyenda, me anticipo, y fue Graciela Barreiro quién ideó esta nota, para dar una respuesta amena a los tantos que me preguntaban donde están ubicados los palos borrachos en la ciudad. Por la 9 de Julio (casi Independencia); o en grupo, en la misma 9 de Julio sobre los canteros. En el Jardín Botánico; en la Roberto Arlt, en la Plaza Urquiza ya casi en floración, junto a la escultura “Centauro Herido” de Antoine Bourdelle, para que vayan a verlos. O en la Plaza San Martín en Retiro, cuando llegue el momento que los palos borrachos muden sus flores por hojas.
Eduardo Macchiavelli Ministro de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad de Buenos Aires