Se acuerdan de la “Confitería del Molino”. Por Eduardo Macchiavelli

Acabamos de empezar su recuperación.

Eduardo Macchiavelli
6 min readAug 15, 2018

Tal cual lo hicimos con La recova de Once o el “Palacio Roca”. Ya entró el primer equipo de restauradores para comenzar con el diagnóstico y los trabajos de restauración en la célebre confitería. Ya es propiedad del Congreso y en un esfuerzo conjunto junto al Gobierno de la Ciudad y el Ministerio del Interior de la Nación comenzó el largo camino de volver a brillar, como en los viejos tiempos, ¿se acuerdan? Hasta que cerró un 23 de febrero de 1997. Los de más edad lo sabemos. Si hasta parece que todo el mundo se casó en El Molino, festejó los quince, hizo una comida para fin de año o hacía largas colas para comprar un pan dulce que aún hoy recordamos con nostalgia.

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Justo ahora, cuando a 102 años de haber sido inaugurado y a dos décadas de abandonado, el edificio de Callao y Rivadavia, está dando sus primeros pasos para volver a la vida. Y partió desde acá:

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Según cuenta la historia el Molino nació en la esquina de Solís y Rivadavia, fue demolido para las plazas de Los Dos Congresos hacia el Centenario y tuvo una segunda reencarnación en Rivadavia y Callao con Constantino Rossi y Cayetano Menna como dueños. Fue este italiano próspero el que le encargó un nuevo edificio a su joven compatriota Francesco Gianotti, que estaba construyendo ese asombro que fueron las galerías Güemes, por lejos lo más alto que había en la ciudad.

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Extrovertido, barroco, dueño de un estilo muy peculiar que cuesta clasificar más allá de la obvia paleta Art Noveau a la italiana, Gianotti fue una apuesta a la gloria. Lo que hizo en esa esquina en menos de dos años y logró inaugurar el 9 de julio de 1916 fue para la historia, un edificio destinado a la fama, algo que todo el mundo visitaba aunque sea una vez en la vida.

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La fama viene en parte por las visitas que recibía. Entre sus concurrentes se contaron políticos como Alfredo Palacios, Lisandro de la Torre, José F. Uriburu, Marcelo T. de Alvear, Agustín P. Justo, Juan Domingo Perón, la infanta Isabel de Borbón y el Príncipe de Gales; escritores como Leopoldo Lugones, Oliverio Girondo, Roberto Arlt y José Ingenieros; músicos y artistas como Carlos Gardel, Lilí Pons, Libertad Lamarque, Niní Marshal, Eva Perón, Madonna, que un año antes que cerrara, filmó el video de “Love don’t live here anymore”, y el compositor de tangos José María Contursi, la anécdota cuenta que en El Molino lo dejó “Grisel”.

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Y porque era una suerte de sucursal del Congreso Nacional. Donde políticos de todos los colores políticos compartían un café y tenían una suerte de segunda oficina en sus mesas. Y no elegían mal, porque el local fue único, con un piso de piedra raro en la ciudad, vitrales por todos lados, lámparas de bronce, escaleras de mármol de veta roja y un aire a café europeo de lo más convincente. Le pusieron Del Molino, porque enfrente, en la Plaza del Congreso, funcionaba el primer molino harinero de Buenos Aires, el llamado molino a vapor de Lorea.

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Justo arriba, sobre la ochava, con acceso desde el café –exactamente desde el viejo salón fumadores- y desde la puerta independiente sobre Rivadavia, estaba el salón de fiestas. Mas arriba, pero menos conocidos había departamentos, enormes y de lujo sobre Callao, más chicos sobre Rivadavia, un proyecto de alquiler y renta de los típicos de la época en el lugar.

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Por lo que el acceso de los diez restauradores al edificio tuvo un enorme valor simbólico. La intervención propone realizar el proyecto de conservación y restauración del edificio, incluyendo fachadas y cubiertas de manera de garantizar la estanqueidad de los espacios internos y remates que habilitarán las acciones en el interior del edificio. Los trabajos implican el relevamiento en detalle de los diferentes componentes de cubiertas y fachadas, su estado, patologías y cualidades. La prioridad será rescatar las piezas originales, de un tesoro que fue cerrando por partes, terminando sucio, encerrado en telas de seguridad.

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Lo que vieron fue conmovedor. En la confitería siguen las nobles columnas, mostrando las marcas de donde arrancaron las lámparas y las virolas ornamentales de bronce. No quedó un solo mueble, excepto algunos que en realidad están adosados a los muros y no pudieron sacarse. Las persianas llevan tantos años bajas que ya no funcionan. Los vitrales de las vidrieras son restos con formas surrealistas y cansadas. Los subsuelos son un peligro. Los hornos de la fábrica de pan dulce siguen ahí, oxidados y apagados. En las alturas el panorama es el mismo: la torre en ruinas, carcomida, guarda un bloque de óxido macizo que era el motor de las aspas del molino, sobre la ochava. Los departamentos pese al desgaste por las lluvias poseen un asombroso grado de conservación, congelados en el tiempo, pidiendo a gritos una restauración histórica.

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Y sin embargo, recorrerla es percibir su gloria, reimaginar su belleza bajo la ruina y soñarle un futuro mejor, que lo llevó a ser declarado Monumento Histórico Nacional en 1997, Patrimonio Histórico del Art Noveau y la vanguardia de la Belle Époque por la Unesco en el año 2000. Concluidas las obras funcionará como confitería, museo y además tendrá un centro cultural. Ayer se firmó un acuerdo marco entre el Congreso, la Ciudad y el ministerio del Interior nacional para arrancar con los trabajos más pesados ni bien se pueda. La sede de trabajo se está armando en el primer piso, sobre Callao, frente al patio andaluz. La idea es devolverle lo antes posible al Molino su rol de hito urbano. El reloj que conserva funciona. Tal vez una señal.

Eduardo Macchiavelli Ministro de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad de Buenos Aires

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Eduardo Macchiavelli
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Written by Eduardo Macchiavelli

Secretario de Asuntos Estratégicos de la Ciudad de Buenos Aires y Secretario General de PRO Nacional.

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