Vamos las huertas. Por Eduardo Macchiavelli
El de un grupo de mujeres, en el Barrio 20, es un claro ejemplo de agricultura urbana en la Ciudad.
En el corazón de Lugano, en el medio del Barrio 20, un grupo de mujeres y Elías Josué, un inquieto aprendiz de huertero de solo 10 años, repasan los manuales de Agricultura Urbana que les dieron. Ahí, crecen las huertas. Las mujeres suelen sentarse en los escalones de cemento que se erigen al lado de sus terrazas de cultivo estilo andino, dentro de un rectángulo perimetrado bajo la custodia de esa torre, que alguna vez pareció verlo todo: Interama. Repasan cómo se matan hormigas con el hongo de las naranjas en descomposición, deciden qué variedades van a sembrar en el día, se reparten algunas bolsas de maderas con semillas y sacan de un cajón los almácigos para ponerse a trabajar.
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Detrás de esta huerta comunitaria orgánica está la Agencia de Protección Ambiental de la Ciudad, pero las que tienen la llave del candado de la huerta son ellas. Todas migraron desde Bolivia y Paraguay. La idea es que puedan recuperar su sabiduría ancestral: los conocimientos de agricultura heredados de sus antepasados, quienes en la región andina solían trabajar en el campo. “Antes iba a un centro de jubilados, pero me hacía falta más comunicación. Apenas me enteré de este espacio me anoté –dice Isabel, la única argentina del grupo de vecinas, de 81 años”-.
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Empezaron con talleres de huerta hace un año y medio. Las armaban en unos cajones de madera. Llegaron a tener 14 canteros. El proyecto avanzó hasta que un día alguien del barrio les quemó uno sembrado con lavandas y citronelas. Pero se repusieron del ataque gracias a la permacultura: observaron a su alrededor y vieron un barranco lleno de malezas y bolsas de basura que podían aprovechar.
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Hoy en día, cada jueves, de las flamantes terrazas de cultivo llevan pimientos, calabazas, rabanitos para consumir en sus casas y siembran habas, arvejas, y aromáticas: cedrón, melisa, romero y salvia. En el nuevo lugar, lejos de sufrir más ataques, pasaron a ser parte fundamental de la escenografía del barrio.
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Mientras las huerteras están cultivando, los vecinos suelen colgarse del alambrado para pedirles alguna planta aromática que les sobre. “A las hierbas medicinales, que traen mucho excedente, las dejamos secar y las embolsamos para venderlas –explica Clotilde, oriunda de Cochabamba, barrendera e hija de agricultores-. Todos podemos tener una huerta, no hace falta saber mucho, en nuestro caso más bien se trata de recuperar los saberes de nuestros antepasados agricultores –apunta-. Además, lo mejor es que acá cultivamos buenas relaciones, que disminuyen nuestro estigma de villeras”. La huerta también puede ser eso.
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Desde hace un año y medio la Ciudad cuenta con un Programa de Agricultura Urbana cuyos talleres gratuitos y abiertos a la comunidad promueven, difunden y sostienen las prácticas recomendables para la agricultura urbana. El programa surgió con la idea de generar un sistema de producción y consumo económicamente viable, ambientalmente sustentable y socialmente justo que permita conectar a los habitantes con la naturaleza en su contexto social. Los interesados pueden sumarse a las distintas propuestas: Voluntariado de Agricultura Urbana los miércoles de 10.30 a 12.30 en el Centro de Información y Formación Ambiental (CIFA). Y Voluntariado en Terrazas de Cultivo: jueves de 9.30 a 12.00 en el Barrio 20. Donde un grupo de mujeres y un chico, constituyen un claro ejemplo de agricultura urbana en la Ciudad.
Eduardo Macchiavelli Ministro de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad de Buenos Aires